WILLIAM´S BLOOD (Grace Jones)

|

La gruta estaba oscura, ya de por sí la humedad de la cueva te ciega, pero ese día estaba especialmente oscura. La niebla es un todo, parece formar parte de las paredes de la cueva, es un tejido gelatinoso que no te deja avanzar. Al final de la gruta se atisba luz blanca, pero se admira como a través de un cristal opaco, sólo me supone intranquilidad. Tengo la sensación de que algo pasa, esta a punto de pasar o ha pasado ya.

Recuerdo nítidamente echarme a dormir después de los juegos en la playa. Es viernes, eterno viernes, los viernes nunca han dejado de ser mis días favoritos de la semana. Es viernes. Siempre es viernes cuando Rebeca se pasa por mi casa a recogerme. Ya de niños, en época de escuela, todos los viernes Rebeca venía a recogerme con su tía Matilde para llevarnos al colegio por la tarde. El único recuerdo que guardo de su tía Matilde es la visión de sus tupidas medias negras, no me alcanzaba la vista más allá, era una mujer muy alta. Su tía siempre llevaba esas mismas medias tupidas negras en señal de duelo por alguien que murió, sin perdonar ni siquiera los veranos, y eso a pesar de que vivíamos en un pueblecito de la costa y la humedad hacía el calor sofocante.

Dicen en el pueblo que el día que murió su tía, Rebeca se guardó las medias negras de su tía como recuerdo. Yo sé que es verdad porque Rebeca me lo confesó en una de nuestras tardes de playa. Era viernes.




Ahora ya siendo adultos, Rebeca sigue recogiéndome los viernes por la tarde en mi casa. Llega cada viernes en su pequeño y flamante viejo coche, toca el claxon, levanta la mano y abre su grande boca ampliamente para sonreír con muchas ganas. Rebeca siempre sonríe. Es alta, como su tía, delgada y con grandes pechos. Sus pechos son un elemento característico de Rebeca.

En verano siempre lleva un pañuelo de lunares anudado al cuello o sujetándose el pelo, para luchar contra la insistente brisa marina. Sus labios siempre están pintados de rojo, rojo fuerte e intenso, el color del pintalabios de siempre. Rebeca es una muchacha de las de siempre. Siempre ha estado ahí, es eterna como las esculturas griegas. Todos los viernes de mi vida me ha recogido por la tarde en casa para llevarme a algún sitio. Ahora sigue haciéndolo.

Hoy como cada viernes, también ha venido Rebeca a recogerme y como cada viernes hemos venido a la playa. Allí disfrutamos de nuestro vino y de nuestros amigos. Pasamos las horas contando las cosas que en invierno nos han hecho sufrir, como dice aquella canción que le escribió a Rebeca aquel novio suyo de los veranos.

Allí en esa playa, serios aliados del calor, hablamos ligeramente de los demás, del resto de la pandilla y como cada viernes, después del vino y la comida, Rebeca y yo solos nos arrastramos por la arena ardiendo hasta nuestra gruta. Es esta cueva, un poco alejada de la orilla. Me gusta ir dando traspiés con las algas muertas y el olor de la mar estancada en los charcos que salpican el camino. Ebrio y borrachos de sopor vespertino, acomodamos las toallas dentro de la gruta y nos echamos a dormir, una leve siesta, hasta que las gaviotas nos despierten con sus gritos e infecten nuestro sueño. Ruborizados nos solemos despertar para volver al pueblo otra vez. Me gustan los viernes y siempre será así.


Pero hoy es raro. No está Rebeca desperezándose a mi lado como es costumbre. La gruta está fría, más de lo normal, estamos en el mes de julio, aquí hace demasiado frío… y esta maldita neblina…

Allí afuera da la sensación de que está nublado y serán cosas mías, pero juraría que no me he acostado en esta parte tan profunda de la grieta. Tengo la impresión de que estoy más adentro que de costumbre ¿y esta niebla? ¡Qué lejano se oye el mar! Estoy empezando a ponerme nervioso ¿Dónde está Rebeca?

La arena húmeda silencia mis pasos, sofoca mis huellas. ¿Cómo cuesta tanto andar?

Me estoy agobiando ¿Qué pasa? Allí fuera hay luz, pero aquí cada vez entra menos claridad ¿Rebeca? No recuerdo haberme adentrado tanto en la gruta. Es imposible. Soy por naturaleza cobarde, lo reconozco, ni loco me adentraría en la gruta tan adentro. Me estoy sofocando, no consigo avanzar casi nada. Qué frío. Detrás de mí. Alguien andando. Aquí hay una mujer. Una mujer vestida de negro.

- ¿Rebeca?

- No soy Rebeca, soy su tía ¿me recuerdas, verdad?

- ¡Qué! qué maldita broma es esta ¡Vete a la mierda!

- Soy la tía de Rebeca. Lo terminarás entendiendo tarde o temprano.

- De qué coño me hablas, me quiero ir de aquí. Me estoy agobiando ¡Socorro!

- Tranquilo, puedes irte. Te costará avanzar, pero podrás salir. Siempre cuesta llegar a donde no queremos mirar.

- ¿Qué dices? ¿de qué me hablas?

- En la muerte ocurre igual que en la vida, nunca queremos pasar por lo inevitable. No queremos sufrir la muerte de un ser querido, no vamos al médico para evitar malas noticias. Descuidamos y aplazamos el momento eternamente, a veces inconscientemente. No es que no puedas avanzar por la gruta, es que realmente no quieres andar. Tienes miedo de lo que vas a ver. De lo que te vas a encontrar.

- ¿Quién es usted y qué diablos hace aquí? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Rebeca?

- Ya te he dicho que soy su tía. Si te fijas bien podrás ver a Rebeca casi a la salida, junto al sitio donde os echasteis a dormir ¿La ves?



Estoy muy nervioso, tirito de frío. Estoy prácticamente empapado y sólo llevo un pequeño bañador. Me doy cuenta de que la mujer lleva medias, tupidas y negras. No entiendo nada. Tengo miedo. Quiero llorar, tengo ganas de llorar. Qué angustia. No quiero darla la espalda, no me fío, pero los nervios tampoco me dejan salir corriendo.

Fijo la mirada, al fondo aparecen siluetas. Sí, me da la sensación de que hay más luz y varias personas al fondo. La señora me vuelve a hablar:

- Deberías ir. Verlo cuanto antes. Luego todo irá mejor.

¿Cuánto tiempo ha pasado? Me quiero ir. Avanzo mejor por la arena. Hay una silueta de mujer, creo que es Rebeca, la he reconocido por sus rizos. Sí, es ella. Estoy seguro. Pero hay más gente con ella. No está sola. Hay más luz conforme avanzo. La niebla no se disipa. La señora se quedó atrás. Qué mujer más rara. Me marcho, me voy de aquí.

Llamo a Rebeca: - ¡Rebeca, Rebeca¡ No debe oírme porque ni se inmuta. Se agacha al suelo y cubre su cara con las manos ¿Qué está haciendo?

Hay más luz, destellos color naranja. Hay una ambulancia. Me asusto y empiezo a correr. Avanzo y me acerco. Policías, enfermeros y el resto de amigos. Rebeca grita en el suelo. ¿Pero qué está pasando? ¿Qué ocurre joder..? ¡Rebeca, Rebeca…! Freno en seco. Las rocas del techo se han desprendido, han caído encima de alguien y lo han aplastado.

Me quedo helado, congelado, aturdido. La niebla se ha disipado de repente. La señora de la gruta vuelve a aparecer. Es la tía de Rebeca. No hay duda. Ella está muerta y yo también. Mientras dormía la siesta una roca se desprendió, cayó de la pared y me aplastó el cráneo. Rebeca está gritando desconsoladamente mientras me tapa la desfigurada cara con su pañuelo de lunares.

Me llamo Guillermo. Hoy como siempre es viernes y acabo de morir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

HIJO MIO QUE ESCALOFRIOS ME HA PRODUCIDO. TENGO LOS PINRRELES HELAITOOOOOOOS

forbidden dijo...

pues una mantita y pa casa que no está el día pa andar por ahí con estos fríos....y cambia de teclado que se te ha atascado la "r"

Anónimo dijo...

uhyyyyyyyyyyy por favor
que incultura tan grande la mia. Si mi señora madre lo ve me desereda fijo

Creo que he metido otra gamba gorda gorda

Anónimo dijo...

probemos otra vez .......deshereda