WOULD YOU? (Holly Throsby)

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CON MUCHA Y CON POCA VERGÜENZA (Segunda parte)


Esta es la segunda parte de las historias de hombres que se me quedaron dentro. Sin sexo o con mucho. Chicos que vinieron un día a visitarme y se quedaron para siempre, sueños casi hechos realidad, todos efímeros. Pelo en pecho de un rato, como de caída de hoja otoñal.
Catálogo masculino de sueños púberes de hombre adulto. Sueños onanistas del momento que sirven y sirvieron como carga de articulación, de la muñeca.
Maridos que pudieron haber sido pero nos casamos ya divorciados, amantes que fueron y no duraron para siempre, como todo en esta vida.
En esta segunda parte fotografío a dos reyes del sexo.

Con mucha y con poca vergüenza os presento a:

El casado vicioso.
Lo conocí de una manera tan vulgar que no merece la pena ni mencionar, ni recordar. No es vulgar un cuarto oscuro, ni una mirada por la calle. Lo demás son modos vulgares y comunes de conocer amantes. Estaba casado, verdad o mentira, eso siempre es un gancho estupendo para lubricar la imaginación y el ano. Era extremadamente pijo, no era guapo ni era feo, era más alto que yo y más niño que yo. Era más joven, le llegué a preguntar si era del Opus, porque tenía todas las papeletas, se rió y me dijo que no. El primer encuentro apenas cruzamos dos palabras: sitio y lugar. Su mano ya estaba perdida entre mis pantalones y a mi me temblaban las piernas. Vámonos. Sí. Adiós.

Llegó hora y lugar. El sexo fue tan bueno que es lo más cerca de una paja de lo que he estado jamás en mi vida. Bueno, “jamás” me parece demasiado tiempo. Con él sobrepasé los límites, nos hicimos protagonistas de una película de Bigas Luna. Sin tapujos, sabía lo que quería, y lo que quería era romper uno a uno todos los tabúes masculinos. Rasgamos todas las membranas corporales y morales que conocíamos y las que estábamos por conocer. Los encuentros ocasionales con él se convertían en una orgía multitudinaria de dos.

Primera regla, sin teléfonos, sin forma de contactar, estoy casado y no me la puedo jugar, mira el anillo. Otra regla: los sábados estaba prohibido quedar porque tenía que cumplir con su mujer. Sólo eso hacía que quisiera repetir una y otra vez, una y otra vez. Las citas eran difíciles, casi quedábamos por signos, por señales y pistas que dejábamos por la gran ciudad. Una gymkana que nos llevaba a un sexo desaforado, sin límites, de leche y agua infinitas.

Detrás del sexo, llegó la charla y la conversación: -No te irás a enamorar de mí. Yo nunca tuve intención. Os lo juro, nunca me acerqué. Pero creo que él ya estaba afectado, intoxicado de mí. Nunca pensé en cambiarle de casilla en mi tablero y aunque me revolvía las tripas del revés, nunca pensaba en él más de media hora seguida antes y después de comer(nos). Creo que él sí que se vio trastocado en algún momento. Quería verme más a menudo, decía que pasaba de él, pero la Vida es rápida y a mi me quitó de su camino. Sin ni siquiera yo quererlo, mi vida me dio otro pequeño toque de atención y ya no podía acudir a sus señales, no podía responder a sus signos, quería y no podía. Sabía que los días estaban contados. Hubo una última conversación, como otra cualquiera, no era una conversación de despedida, pero fue la última, creo que yo sí lo sabía, no lo recuerdo.

Hoy sigo sin saber de él, pero recuerdo sus pantalones de pinzas y su polo Ralph Laurent, su pelo largo y su cara de niño malo.
Lo peor de él es que su inmovilidad conyugal, lo hacía tan accesible, que podría ser el amante perfecto.



No uno más en la discoteca (el astronauta).
Rollos de discotecas hay por doquier y son la esencia misma de la noche. “Poder follarte a alguien en una cabina del baño”, esa frase contiene los vocablos mágicos que hace de la noche todo un mito sociológico y antropológico. La cosa no suele pasar de varios magreos, tres besos y un calentón que intentas rematar en una casa.

Ese día fue de los bestias. De los de la pérdida de cualquier arma mental, mis defensas mentales abatidas por el alcohol y los excesos. Se había librado la fácil batalla de embaucarme y yo había perdido, me sabía esclavo de la noche. Era un día bestia y así fue el encuentro.
Recuerdo una noche de mucho baile, era muy jovencito yo, es decir menos de 30, 27, 25 o incluso menos, ni me acuerdo ni quiero, qué más da.

De repente las horas empezaron a pesar, ya la música se amontonaba en mis tímpanos y quería descansar, charlar, reírme sentado en un sofá. Engañé a dos amigos y conseguí que me acompañaran no más de cinco minutos, así que me quedé solo allí sentado, bajando de la noche, enfriando para marcharme. Él deslizándose se acercó, como un Drácula de Coppola, y se sentó a mi lado. Parecía hetero, vestía de manera rara para estar en una discoteca y llevaba gafas de sol. Llevaba náuticos y pantalones vaqueros clásicos, no recuerdo si polo y jersey. Algo parecido. Sólo pensar en él vuelvo a ponerme nervioso y me entran los típicos sudores fríos que me lastiman la madrugada y me vuelven a enganchar a la siguiente. Me sonrió. Era muy guapo y estaba acompañado por una chica, les vi morrearse y al rato ella se marchó. Esto no estoy muy seguro de haberlo vivido. El caso es que se sentó con una pose muy masculina a mi lado, se abrió de piernas y volvió a sonreírme. Yo hice por devolverle el gesto, pero sólo salió una mueca de mi cara, algo parecido a una sonrisa. Empecé a sentir otra vez un poquito de calor. Se abrió más de piernas y me rozó. Su tacto fue un rayo destrozador, eliminó por completo el paisaje que nos rodeaba, la discoteca desapareció y con ella mis amigos. Estábamos solos él y yo. Ni siquiera la chica del vestido rojo con la que antes se besaba. Se incorporó me tendió la mano, se la di y me obligó a tocarle, entré en sus pantalones. Volvió a reírse. Esta vez yo ya estaba despierto y a su sonrisa reaccioné siguiéndole al baño, por aquel suelo en el que antes había una discoteca, ahora sólo paseábamos él y yo. Nos metimos en el baño y alucinamos, nos besamos, nos desnudamos y actuamos como si fuéramos novios desde hace años, bromeamos, y nos decíamos cosas como de estar limpios, recién duchados, lo que había fuera de aquella puerta no tenía que ver con nosotros. El amor duró eternamente, fue un sexo como perdido en el espacio. Sentía que hacíamos el amor y de repente una escotilla de la nave espacial se abría y quedábamos eternamente unidos flotando en el espacio. No recuerdo cuando aterrizamos, sólo vi su sonrisa deslizarse por la puerta. La discoteca volvió a renacer. Yo volví a ese lugar buscándole días después pero allí sólo quedaba una discoteca y no encontré ni rastro de nuestra nave espacial ni del otro astronauta.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Me enacanta como escribes, para cuándo t presentas a la sonrisa vertical??
Pd: hasta la palabra d verificación va a juego : bedsms

Anónimo dijo...

uhmmmmmm! húmedo y sexy.

goooooood girl dijo...

your blog is very good......

forbidden dijo...

Racine hija! qué alegría tus piropos. Toy liado con mudanzas a tu barrio y estoy más jodío que lo que cuento en el blog.

forbidden dijo...

¿húmedo y sexy?...eso que es lo que es?? una adivinanza?...pues entonces es el COÑO.

forbidden dijo...

GOOOOOD GIRL....THANK YOUUUUUUUUUU!

Anónimo dijo...

t vienes a mi barrio??? yuhuuuu, ya podemos kedar para merendar en el mallorca!
pd: cuando digo q la verif. d palabra ns conoce: shisi

forbidden dijo...

y tanto que nos conoce...la mía es prephu

Anónimo dijo...

No puedo con los casados y sus imposiciones....Es increíble la de historietas ke hay ke pasar con ellos.
La mía es ousto....

forbidden dijo...

así les pasa que acaban todos de aquella manera y a los que les rodean los vuelven tarumbas...ahora mi palabra es "auteria"...¿adultería?